El nombre vulgar de la quisquilla significa en latín «menudencia, insignificancia, basura». La mayor parte de los crustáceos apreciados en gastronomía lo son solo modernamente, y durante muchos siglos han sido descartes de poco valor comercial. Hoy, la quisquilla, la subespecie más apreciada de la familia de los camarones (Palaemonidae), es considerada un bocado exquisito, con una carne dulce y fina, de textura suave, y una cabeza repleta de jugos yodados, siempre, eso sí, que no se sobrecocine.
Relleno:
POR NACHO PRIETO.
Jesús Pedreira es uno de aquellos transportistas gallegos que hace ya cuatro décadas aparcaban su camión junto a la antigua Pescadería Municipal para ofrecer oricios a paladas por 25 pesetas cada una a un público ávido que llegaba a formar colas importantes a pesar de que entonces era fácil comer oricios en una sidrería o restaurante por poco dinero y sin dejar la casa llena de púas. Su empresa es todavía hoy protagonista de la distribución del citado marisco en Asturias, pero las condiciones han cambiado mucho. La venta directa al consumidor ha sido sustituida por la distribución en cajas de corcho blanco perfectamente homologadas entre pescaderías y restaurantes.
Se diferencia de la langosta en que es mas delgado, tiene pinzas muy grandes (la langosta no) y es de color azul. Bueno... eso estando vivo. Una vez cocido tiene tono rojizo. No lo confundáis con el canadiense, rojo estando vivo y con mucho menos sabor y su carne mucho menos suculenta y delicada.
Homarus gammarus. Ese es su nombre científico. Se han llegado a capturar ejemplares de 75 cm. y mas de 4 kg. de peso.
Palinurus elephas.
Así es como se llama científicamente este crustáceo que es un espectáculo de sabor. La langosta es un crustáceo cuyo cuerpo se divide en dos partes: el cefalotórax o cabeza y el abdomen o cola y una cabeza con dos grandes antenas.
Animal nocturno que se alimenta de pequeños gusanos, cangrejos y animales muertos, y se oculta en los huecos y hendiduras de las rocas al amanecer.
Los oricios son la joya de la corona, un manjar cuya transformación gastronómica es más que evidente.
Con pocos productos como con este se da una circunstancia extrema del todo particular como es que compartan mesa quienes recuerdan, y no se cansan de repetir cada temporada, los años en que su generación se acercaba al litoral y los recogía a paladas, y quienes, expertos en saborear los oricios que llegan a Asturias procedentes de otras regiones, gustan saborearlos en recetas más complejas. En común, su disfrute cada invierno cuando empieza la temporada.